En multitud de ocasiones hemos teorizado sobre el proceso de unidad popular y sobre su concreción en la conformación de una candidatura unitaria a la izquierda del PSOE, como paso importante pero no esencial para lograr esa deseada y necesaria unidad.
Si nos referimos a nuestra ciudad, hay que empezar recordando que las cosas no salieron bien en las pasadas elecciones municipales. Más allá de movimientos tacticistas de las fuerzas políticas en aquel momento, lo que falló en la receta fue la inmadurez del debate y la fragilidad de los consensos generados.
Cuestionamientos infértiles sobre lo que queríamos ser de mayores llevaron a aquel proceso de (cierta) unidad al traste. Y es que perdimos mucho tiempo y nos debilitamos innecesariamente enrocándonos en debates secundarios y eternos: que si éramos una fuerza de izquierda o nos dejábamos caer en el pozo del municipalismo sin ideología; que si asumíamos con normalidad la presencia de organizaciones políticas y la fórmula de una coalición o nos sumábamos a la moda de los partidos instrumentales y las agrupaciones de electores…
También habría que tener en cuenta quizá la tardanza a la hora de iniciar aquel proceso y el hándicap que suponía intentar construir una candidatura unitaria a la sombra de las dos grandes capitales del país y sus marcados hiperliderazgos.
Hoy toca preguntarse si lo de 2015 fue un fracaso o no. De naturaleza optimista como soy, estoy convencido de que aquello fue más bien parte del proceso. Una parte de un todo que no tiene un final concreto y que se va construyendo poco a poco.
Dando por hecho que lo que se está fraguando actualmente en Sevilla es un proceso de convergencia electoral (que no es poco) y que lo de la unidad popular va para largo y a fuego lento (como los buenos potajes), hoy podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que estamos en mejores condiciones que en mayo de 2015 para avanzar por la senda de la confluencia política.
Las organizaciones que por ahora estamos implicadas (esperamos que se sumen muchas más) en este proceso llevamos tiempo convergiendo de manera natural y sin imposturas, trabajando cómodamente y con sinceridad y coordinándonos a la hora de hacer propuestas políticas concretas, ya sea en las instituciones o en la calle. Coincidimos en las movilizaciones, en los barrios, parando desahucios…
Lo que tanto habíamos postulado en nuestros documentos que había que hacer se está cumpliendo con la práctica diaria, dejándose atrás desconfianzas y prejuicios pasados. Un proceso que se ha asumido con naturalidad, interiorizándose entre militantes, simpatizantes y personas ajenas. Lo importante no eran las siglas o que hubiera una pared separando dos grupos municipales, sino lo que éstos defendían y que ahí no había (grandes) diferencias.
Lo que hace cuatro años nos hizo perder tanto tiempo, parece que en estos momentos está superado. La otrora rancia sopa de siglas, ahora parece plato de buen gusto. Las estrellas, hoces y martillos no son tan malas compañeras de viaje. La presencia de partidos (de nuevo cuño o con decenios de historia) se acepta con normalidad y se asume (casi) sin complejos que somos de izquierda.
El reto que tenemos por delante no es pequeño. Vamos tarde pero también con buen paso y con un largo camino recorrido.
Pero para que esta vez salgan las cosas bien habría que despejar, en primer lugar, cualquier duda sobre los debates superados a los que hemos hecho referencia anteriormente. Se trata de no volver a tropezar con la misma piedra. Una cosa es dar la espalda a lo colectivo y a la construcción desde abajo, porque aunque haya lógicos y necesarios acuerdos por arriba es por abajo dónde se tiene que cimentar el proyecto, y otra cosa muy distinta es volver a la bisoñez práctica y política.
Si Zoido demostró cómo se puede desperdiciar una mayoría absoluta para resolver los problemas de la ciudad, Espadas ha evidenciado en este mandato que tampoco el PSOE está dispuesto a cambiar las prioridades del gobierno municipal para poner en el centro de la agenda política el combate a las desigualdades. Por tanto, a dónde queremos llegar ya está claro y hay amplísimos consensos al respecto. Señalar diferencias en este sentido y hacer de ellas un problema no es más que mala baba.
¿Qué queda? Dejar de dar codazos y centrarse. No es tiempo de protagonismos, es el momento de fomentar lo colectivo. No es tiempo de agendas personales, es el momento del ‘programa, programa, programa’. No es tiempo de señalar las diferencias, es el momento de potenciar lo que nos une. No es tiempo de buscar la foto a cualquier precio, es el momento de diluir los apellidos mientras nos arremangamos para la faena. No es tiempo de aparatos, es el momento de poner en valor el trabajo de cada organización en su conjunto. No es tiempo de agarrarse a aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, es el momento de ser audaces y arriesgar. No es tiempo de verdades absolutas, es el momento de no tener miedo a remover nuestros cimientos. Tampoco es tiempo de reivindicar siglas, ni de contubernios internos, ni de cálculos postelectorales.
La falta de respuesta a los problemas materiales de la clase trabajadora, la necesidad de que no vuelva a haber un gobierno que dé la espalda a los barrios, la urgencia de poner la economía y la riqueza de la ciudad al servicio de los desposeídos y enfrentarse, llegado el caso, a los poderosos… nos obligan a dejar atrás los debates estériles y a superar los ‘yo’ en favor de los ‘nosotras’.
Lo dicho: sabemos quiénes son los enemigos y conocemos las piedras en las que hemos tropezado. Soltemos el lastre de lo accesorio y pongamos toda la maquinaria en marcha para llegar cuanto antes a la meta. Sin prisa, pero sin pausa… y sin codazos.